Leí hace unos días que el guión de El discurso del rey está basado en una anécdota. Y, si bien es cierto, uno no lo piensa en toda la película: al contrario, nos hacen vivir el esfuerzo que realiza el rey a fin de mejorar y superarse.
Lamentablemente, el problema es que en esta sociedad, que valora cada vez más el éxito fácil, hablar de esfuerzo personal es una apuesta arriesgada porque pocos entienden ya el valor que supone.
Casi sin darnos cuenta, nos vamos abocando a un mundo que parece que exija la mayor facilidad para todo. Es cierto que, si nos comparamos con nuestros abuelos, nuestra vida es más fácil: no lavamos la ropa a mano en el río, ni tenemos (en general) que cuidar de tierras, ganado o cosas similares de sol a sol. Tenemos trabajos en oficinas, fábricas, etc. y la mayoría no realizamos esfuerzo físico más que cuando lo hacemos por elección (gimnasios, etc.).
Sin embargo, ese cambio que hemos vivido en apenas tres generaciones, no nos debería hacer olvidar que las mejores cosas que se pueden conseguir merecen y exigen un esfuerzo… aunque sólo se trate de aprender a hablar correctamente.