24 enero 2023

Inocencia Interrumpida

 Hoy he vuelto a ver esta película, que ya me impactó el año de su estreno, en 1999.

He recordado cómo me rompí un poco en aquella ocasión… era una adolescente que se iba haciendo mayor pero que estaba un poco perdida. No encontraba mi lugar en el mundo; especialmente porque no era consciente habitar ningún lugar. Bueno, uno sí habitaba, literalmente hablando, pero no era mi lugar. Ni siquiera un buen lugar psicológicamente hablando.

¿Os habéis sentido así alguna vez? ¿Perdidos, como si hubierais llegado al mundo en el momento incorrecto y no consiguierais encontrar la carretera porque aún no la han construido?

Lloré mucho al verla. Fue justo al salir del cine, en la calle. Durante mucho rato y desconsoladamente ante la atenta mirada de mi amiga del alma que, intuyendo lo que me estaba pasando, se sentó a mi lado y me dejó expresarme con calma.

(Qué bueno es tener amigos que te conocen más incluso que tú mismo…).

Cuando paré de llorar, fui consciente de que se había roto un dique que llevaba demasiados años conteniendo demasiadas cosas. Me rompí para volver a pegarme, como esa cerámica rota japonesa que se une con oro para hacer algo mejor (Kintsugi), creo que de algún modo renací a misma. Ahí empezó de veras mi vida… 26 años después del primer comienzo…

Unos años más tarde (curiosamente, casi los mismos 26) vuelvo a verla. Ahora que mi vida no se parece a aquella, porque he “renacido” varias veces desde entonces, esta película me recuerda que a veces un loco no es más que alguien con una obsesión. Y que los “cuerdos” a veces no lo estamos tanto…