Hoy he vuelto a ver esta película, que ya me impactó el año de su estreno, en 1999.
He recordado cómo me rompí un poco en aquella ocasión… era
una adolescente que se iba haciendo mayor pero que estaba un poco perdida. No
encontraba mi lugar en el mundo; especialmente porque no era consciente habitar
ningún lugar. Bueno, uno sí habitaba, literalmente hablando, pero no era mi
lugar. Ni siquiera un buen lugar psicológicamente hablando.
¿Os habéis sentido así alguna vez?
¿Perdidos, como si hubierais llegado al mundo en el momento incorrecto y no consiguierais
encontrar la carretera porque aún no la han construido?
Lloré mucho al verla. Fue justo al
salir del cine, en la calle. Durante mucho rato y desconsoladamente ante la
atenta mirada de mi amiga del alma que, intuyendo lo que me estaba pasando, se
sentó a mi lado y me dejó expresarme con calma.
(Qué bueno es tener amigos que te
conocen más incluso que tú mismo…).
Cuando paré de llorar, fui
consciente de que se había roto un dique que llevaba demasiados años
conteniendo demasiadas cosas. Me rompí para volver a pegarme, como esa cerámica
rota japonesa que se une con oro para hacer algo mejor (Kintsugi), creo que de
algún modo renací a misma. Ahí empezó de veras mi vida… 26 años después del
primer comienzo…