31 agosto 2012

dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros

Por recomendación de una amiga me compré una de las obras de Osho:
Amor, Libertad y Soledad.

La primera parte del libro casi me convence de no seguir leyendo. Me apena ver que, como tantos otros, se deja llevar por sus ideas y arremete contra lo que él cree que son el origen del mal (los sacerdotes y los políticos). Creo que uno debe poder defender sus ideas sin atacar de modo genérico contra ciertas cosas (para Osho son los sacerdotes y los políticos como para otros fundamentalistas podrían ser otras culturas, otros colores de piel… en fin, aquello que no aceptan).  
Sin embargo, la curiosidad pudo más y seguí leyendo. Aunque tiene un tono absolutista que me preocupa (porque no comparto ese modo de transmitir), y a pesar de que es un místico y yo me quedo en mi existencialismo (con lo que el abismo entre ambos está claro), su opinión sobre la soledad y sobre las relaciones me ha dado mucho que pensar.

Me resulta especialmente interesante su visión de que uno debe encontrar su propia soledad; darse cuenta de que la soledad no es “aislamiento”, sino encontrarse a uno mismo. Una vez que uno puede disfrutar de su propia compañía sabrá también disfrutar de la compañía de los demás.
Es soledad libre, la del solitario que acepta que no son los demás los que le dan sentido.

A partir de ese punto de soledad desde el que debe partir un individuo, el amor no debe ser una relación (algo estático y dado), sino un  “relacionarse”. Ir creando un espacio entre dos personas, las cuales se sienten libres y desde esa libertad eligen al otro para amarlo.
Creo que esto último es lo que más me gusta de todo lo que he leído: el hecho de aceptar que no debemos retener al amante para darnos sentido ni por miedo a estar solos. Debemos acercarnos en libertad para compartir, para amar.

Lo ilustra, y con ello me quedo, con las palabras de Khalil Gibran en El profeta:

Dejad que en vuestra unión haya espacios.
Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros.
Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura:
dejad que sea como un mar que se mece entre las orillas de vuestras almas.

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