Hay momentos en que las emociones se me comen. Literalmente, se me comen a mí y de pronto son ellas las que toman el control.
El resto de tiempo suelo ser una persona racional, que controla sus emociones, que es capaz de encontrar el término medio (lo que supone la virtud, según Aristóteles)... pero como digo hay días (de hecho, momentos) en que no puedo.
Y lo que me da rabia entonces no es desbocar las emociones, sino perder el control. Creo que odio perder el control de mí misma. Creo que mi control es una de las mejores cosas que tengo, porque no es bueno dejarse llevar en según qué momentos si uno quiere respetar a los demás.
La rabia, el enfado... son emociones que no me gustan y que mucho menos acepto que se hagan con mi timón. Creo que nadie debería dejarse llevar por esos arrebatos extraños que hacen que la negatividad coja protagonismo.
Por suerte no suele ocurrir. Aunque es una expresión, porque dudo mucho de la existencia de la suerte.
En realidad, escribo esto para recordarme a mí misma que no debo alienarme por la negatividad; debo seguir intentando mantener mi equilibrio y mantener mi felicidad, que en gran medida depende de él.
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