Dicen que el tiempo cura las heridas, no estoy de acuerdo, las heridas perduran.
Con el tiempo la mente, para proteger su cordura, las cubre con cicatrices y el dolor se atenúa, pero nunca desaparecen.Rose Kennedy
Somos una especie de contenedor, que va acumulando experiencias. Somos todo aquello que nos ha pasado en la vida. Pero es cierto que lo malo tendemos a esconderlo, a cubrirlo bajo una capa de olvido, intentando que no nos afecte. Pensamos que, si lo ocultamos suficientemente, podremos seguir viviendo como si nunca hubiera ocurrido. Como si nunca nos hubieran hecho daño... como si nunca pudieran volver a hacérnoslo.
Sin embargo, es cierto que el dolor deja cicatrices. Muchas de ellas nos marcarán la existencia mientras vivamos. Aunque hagamos como si no estuvieran, ellas nos recordarán (como hacen los doloridos huesos cuando va a llover) que somos frágiles.
Lamentablemente, algunas veces esas cicatrices consiguen que no nos sintamos bien con nosotros mismos o con los demás; que no confiemos en los otros, temiendo que vuelvan a dañarnos. Pueden hacernos reservados, temerosos, o simplemente (en el mejor de los casos) precavidos.
Quizá deberíamos encontrar el modo de hacer cirugía reparadora y perder de vista esas cicatrices... pero, no pudiendo, ojalá sólo sirvan para prevenirnos de los abismos que nos esperan en el futuro, y no nos empañen los paraísos haciéndonos creer que son simples espejismos.