Hace unos días, paseando por mi pueblo, vi esta rama que sobresalía por encima de un muro. Me dio toda la impresión de que había una cara en él y me paré a hacerle una foto.
No sé si fue mi imaginación. Y puede que en foto no dé el mismo efecto. Pero, en cualquier caso, me recordó a mi niñez.
Cuando yo era pequeña, todo me evocaba a otras cosas: ya
podían ser nubes, manchas en la pared, azulejos, láminas de corcho natural…
recuerdo muchas escenas en las que me quedaba mirando las formas e intuyéndoles
un sentido. Podía quedarme mucho rato mirándolas de una en una intentando
descifrar lo que había detrás.
Una tarde que fui al médico con mi padre (y como suele
ocurrir en las consultas, iban con retraso), nos dedicamos a comentar las
formas que veíamos cada uno. Contando que mi padre es pintor y se dedica al
abstracto, no era descabellado que a los dos nos gustara el mismo juego.
Ahora no me suele ocurrir. Por eso me sorprendió esta
rama. Qué lástima que con la edad perdamos esta capacidad de ver aquello que no
está; de imaginar otras realidades. Incluso creo que a los niños de ahora tampoco les suele ocurrir... la infancia de pantallas y “realidad virtual”
que viven les aleja de tener que imaginar porque se lo da todo bastante hecho...
Así que, siempre que puedo, me fijo en estas cosas para
volver a ser niña.
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