08 marzo 2023

Mujer

Dos años después de dejar de trabajar, me da por reflexionar sobre mi papel en la empresa, y saco conclusiones de las que nunca fui consciente.

Trabajaba para una empresa de seguros. Fui comercial muchos años, y otros tantos dirigí una oficina con personas y otras oficinas a mi cargo. Y durante todo ese tiempo dije (y pensaba que con razón) que el ser mujer no había influido en mi trabajo.

Pero, al mirarlo con distancia y perspectiva, me doy cuenta de que durante todos esos años no dejé de preocuparme por mi aspecto y mi manera de relacionarme. Tenía que vestir bien, tenía que ser siempre simpática y sociable…

En cambio, mis compañeros no se preocupaban en absoluto por eso: Se ponían el traje (creo que la mayoría solo tiene uno o dos), una camisa y corbata a juego y, si tenían un día de esos en los que no tienen ganas de hablar con nadie, intentaban reducir sus contactos sociales al mínimo.

En cambio, nosotras teníamos que estar siempre “perfectas para la ocasión”. Debemos dejarnos besar por los otros 20 compañeros en una reunión (cuando ellos se dan la mano o a veces ni eso), tenemos que ser sociables y no podemos fallar ni una vez, porque de lo contrario se nos recordará sólo por eso.

Y, lo peor, que estos micromachismos ¡no los vemos ni nosotras mismas!!

Estuve en reuniones con los presidentes de la compañía (20 años dan para conocer a varios) y en todas las ocasiones “me escogieron” para comer en su mesa. Y en todas tuve que pensar ¿estoy aquí porque creen que tengo algo que aportar, o sólo soy mujer florero?

También cuando me ascendieron tuve que soportar que muchos me miraran como si hubiera hecho algún “favor” para conseguirlo. Pero a ninguno de mis compañeros les cuestionaron así. Ellos ascienden siempre “porque lo merecen”. Nosotras tenemos que demostrarlo cada día para que no piensen que estamos por la cuota o porque le hemos caído bien a alguien.

La sociedad está cambiando. Yo misma soy consciente del cambio que ha sufrido mi empresa, que ha pasado de ser mayoritariamente de hombres a ir dejando paso a las mujeres. Pero estos cambios son tan lentos que a veces hasta cuesta verlos.

Y, lo peor, tenemos tan asumida esta realidad que, hasta que no salimos de ese bucle y lo vemos con distancia, nosotras mismas no nos damos cuenta del trato diferencial que recibimos o que nosotras mismas nos imponemos.

Estoy segura de que la normalidad acabará llegando. Mientras, tendremos que estar atentas para detectar los micromachismos que hemos aceptado sin darnos cuenta y ser capaces de analizar la realidad con distancia y ecuanimidad.


Edito unos días después de escribirlo (antes de publicarlo) para añadir una cosa:

Escuchando una entrevista con Emma Vallespinós, que ha escrito un libro titulado "No lo haré bien", me doy cuenta de otra cosa que no había tenido en cuenta... mi Síndrome de la Impostora.

Fui consciente plenamente del “síndrome” cuando leí una entrevista con Dani Martín en la que explicaba cómo se sentía "poco merecedor de su éxito" y pensé "mira, lo mismo que me ha pasado siempre a mí".

Pero, al escuchar a Emma, me doy cuenta de que no soy yo sola. De que somos muchas LAS noloharebienistas y que, probablemente, sea otro de los resultados del Patriarcado...

En fin, ya me he pedido el libro, así que os contaré más cuando lo haya leído.


Aquí os dejo las dos referencias:

Emma Vallespinós en La Ventana de La Ser

Qué es el síndrome del impostor que sufre Dani Martín y qué hay detrás


03 marzo 2023

ventana cerrada

Me recuerdas a alguien que está mirando hacia a fuera por una ventana cerrada y no puede explicarse los extraños movimientos de un transeúnte. No sabe qué tormenta se ha desatado ahí afuera ni que esa persona puede estar teniendo dificultades para mantenerse en pie."
Ludwig Wittgenstein

 

En un libro que tengo muchas ganas de leer (La vida es dura, del profesor Kieran Setiya) encontré este texto, que recoge la respuesta que L. Wittgenstein (filósofo austríaco) le da a su hermana, Hermine Wittgenstein (Mi hermano Ludwic), cuando se da cuenta de que ella es incapaz de entender la vida que él quiere llevar.

Cuando lo leí, me iluminé, porque creo que es la mejor definición de cómo me siento en los últimos tiempos: Tener una enfermedad “que no se ve” puede ser muy agotador cuando la gente se empeña en decirte que “tienes buena cara”.

Mi madre me solía contar que, cuando a mi abuela le decían eso, ella contestaba “claro, es que en la cara no me pasa nada” … Explicarse, a veces resulta agotador, y le deja a uno con la amarga sensación de ser egocéntrico y no hablar más que de uno mismo.

Y eso es lo que siento…  que mi aspecto no concuerda en absoluto con mi interior. Así, Wittgenstein acierta con su diagnóstico: los demás me miran a través de los cristales de sus ojos que vienen a ser ventanas cerradas.

Y lo peor es que sé que hay buena intención tras las palabras, que los que saben de mi enfermedad buscan el modo de acercarse, de intentar empatizar...  Pero las enfermedades físicas que “no se ven”, así como las enfermedades mentales, son muy complicadas por eso, porque son “invisibles”.

Cuántas veces no habré juzgado yo a otros por el aspecto que tienen, sin saber qué lucha libran en su interior.