" Me recuerdas a alguien que está mirando hacia a fuera por
una ventana cerrada y no puede explicarse los extraños movimientos de un transeúnte.
No sabe qué tormenta se ha desatado ahí afuera ni que esa persona puede estar
teniendo dificultades para mantenerse en pie."
Ludwig Wittgenstein
En un libro que tengo muchas ganas de leer (La vida es dura, del profesor Kieran Setiya)
encontré este texto, que recoge la respuesta que L. Wittgenstein (filósofo
austríaco) le da a su hermana, Hermine Wittgenstein (Mi
hermano Ludwic), cuando se da cuenta de que ella es incapaz de entender la
vida que él quiere llevar.
Cuando lo leí, me iluminé, porque creo que es la mejor
definición de cómo me siento en los últimos tiempos: Tener una enfermedad “que
no se ve” puede ser muy agotador cuando la gente se empeña en decirte que “tienes
buena cara”.
Mi madre me solía contar que, cuando a mi abuela le decían
eso, ella contestaba “claro, es que en la cara no me pasa nada” … Explicarse,
a veces resulta agotador, y le deja a uno con la amarga sensación de ser
egocéntrico y no hablar más que de uno mismo.
Y eso es lo que siento…
que mi aspecto no concuerda en absoluto con mi interior. Así,
Wittgenstein acierta con su diagnóstico: los demás me miran a través de los
cristales de sus ojos que vienen a ser ventanas cerradas.
Y lo peor es que sé que hay buena intención tras las
palabras, que los que saben de mi enfermedad buscan el modo de acercarse, de
intentar empatizar... Pero las
enfermedades físicas que “no se ven”, así como las enfermedades mentales, son
muy complicadas por eso, porque son “invisibles”.
Cuántas veces no habré juzgado yo a otros por el aspecto que
tienen, sin saber qué lucha libran en su interior.
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